Esta figurita de buda me la regaló un guardía civil. Sí.
Tiene la cabeza rota y vuelta a pegar, me dijo que es algo parecido a lo que me pasaba a mí, que me iba la cabeza por un lado y el cuerpo por otro.
Digamos que esta es una historia muy personal por lo cual voy a obviar muchos nombre y datos, pero digamos que hace mucho tiempo yo vivía en una ciudad y tenía una pareja, hubo ruptura. Digamos que la madre de esa pareja estudiaba meditación y psicología y me recomendó un amigo suyo, para superar la ruptura y otras muchas cosas que acarreaba. Digamos que me pasó la dirección de este hombre y yo no daba crédito cuando llegué: Casa Cuartel de la Guardia Civil.
Ahí era. Digamos que pego al portero, entro, me recibe un señor muy amable y con paz en la mirada, me invita a su habitación de meditar (sí, tenía una habitación sólo para meditar), y me dice: antes de nada, vamos a sentarnos en silencio durante 10 minutos. Luego me dice, ¿cómo te sientes?
Ese ritual se repitió durante meses hasta que un día me dijo que no fuese más, que no hacía falta. Hubo charlas, llantos, risas, libros, me invitó a leer Sri Ramana Maharsi, a Paramahansa Yogananda, a Antonio Blay,… me enseñó a crear “un templo”… también hubo frustración, en fin. Luego olvidé todo lo que aprendí (o eso creí) y ahora años después tengo a este buda en mi salón volviendo a recordarme, sentarse y sentirse. Un día os cuento algunas de las muchas cosas que me enseñó, como lo de las tres sillas. Pues eso: parar. Sentarse y sentirse. Hoy en día intento aplicar todo eso a la música, a la enseñanza, a la vida. Gracias Aurelio.
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